Recuerdos
Ya no recuerdo cuando fue la última vez que te vi, pero si tengo presente la primera, estabas perdida creo, distraída y molesta por algo.
Era tarde aquella vez, estabas sentada en la banqueta de la calle junto a una vieja bicicleta roja con una canastita al frente. ¿Te encuentras bien? - te pregunté, y ni siquiera te dignaste a verme. Fue entonces cuando vi como una lágrima salía de tus ojos y caía al sucio pavimento.
¿Puedo ayudarte en algo? - Pregunté de nuevo, asomaste la cabeza hacia arriba para ver de dónde provenía la voz, pero tu pelo eternamente lacio cayó sobre tus ojos y no me respondiste.
Me dirigí a casa consternada, no te recordaba como hija de algún vecino, o alguna chiquilla callejera, de hecho, cuando pregunté nadie te había visto siquiera.
Al día siguiente estabas ahí, sentada con tu pelo castaño y con esa bici roja recargada en el borde de la banqueta, exactamente igual que el día anterior, sollozando por quién-sabe-que-cosa.
¡Niña, es tarde, hace frio váyase a su casa! Nada, nada, ¿será sorda o autista? –pensé.
Pasaron meses, y tú seguías ahí sentada como si nunca te movieras de esa esquina, como si el agua no se acabara en tu cuerpo y pudieras llorar eternamente.
Hasta esa noche que dejé de verte, ahora lo recuerdo… Estaba acostumbrada a observarte, pero ésta vez algo me detuvo a tus espaldas, estabas agachada, dejé mi portafolio recargado junto a tu bicicleta y me senté a tu lado.
Tu cabello lacio y bien cuidado olía a manzanilla, tus manos estaban sobándose la una a la otra como de nervios, entonces volteaste a mirarme con esos ojos rojos e hinchados como si hubieses llorado toda una vida…
Y vaya que lo habías hecho, porque en ese momento me di cuenta que eras yo.
Te desvaneciste y me quedé sentada en esa banqueta con mi portafolio recargado a lado mío, fue cuando me percaté de que durante toda mi vida tuve lástima de mí, y no me atrevía a aceptarlo.